En los últimos días, hemos sido testigos de cómo miles de personas se preparan para la llegada del huracán Milton. Mientras algunos recurren a métodos de dudosa fiabilidad, es importante entender cómo se debe realmente preparar uno para un huracán.
Las autoridades han sido claras: la mejor opción es evacuar cuando se les indique. Los efectos de un huracán son impredecibles, y permanecer en casa puede ser arriesgado. Para aquellos que eligen quedarse, se recomienda buscar refugio en una habitación interior sin ventanas y, si es posible, cortar la electricidad. La protección más efectiva consiste en reforzar las ventanas con madera contrachapada, especialmente ante la amenaza de vientos de hasta 150 km/h en huracanes de categoría tres, donde los cristales pueden romperse fácilmente. Además, los escombros acumulados tras el huracán Helene, que aún no se han limpiado, pueden convertirse en proyectiles peligrosos.
Las inundaciones, a menudo la causa principal de las muertes durante un huracán, requieren medidas preventivas. Aunque llenar sacos de arena y apilarlos es una recomendación común, su eficacia disminuye ante inundaciones de más de cuatro metros. Sin embargo, algunas estructuras, como los muros que sellan edificios, han demostrado ser útiles para proteger áreas críticas, como hospitales donde la evacuación no es viable.
El huracán Milton ha experimentado fluctuaciones en su intensidad; comenzó como categoría cuatro y ha disminuido su fuerza. Esto se debe a que los huracanes requieren temperaturas oceánicas de al menos 27 grados para formarse. El aire caliente y húmedo se evapora, creando nubes, mientras que la baja presión en la superficie absorbe humedad del océano. Al tocar aguas más frías o la tierra, pierden su fuente de energía y pueden debilitarse o desintegrarse por completo. Con el cambio de latitud, Milton se transforma en una borrasca extratropical, aunque aún genera vientos huracanados.
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