Han pasado 25 años desde que la guerra de Kosovo llegó a su fin, marcando el cese de la mayor operación militar en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la paz sigue siendo esquiva en la región, donde persiste un conflicto arraigado entre Serbia y Kosovo.
En 1999, la OTAN bombardeó durante 78 días Yugoslavia sin mandato de la ONU, con el objetivo de detener el genocidio en Kosovo, aunque con consecuencias lamentables donde murieron miles de personas inocentes. A pesar de que la OTAN logró su objetivo inicial y las tropas yugoslavas se retiraron de Kosovo, la tensión entre ambas partes no ha cesado.
El reciente boicot de las elecciones municipales en el norte de Kosovo por parte de la mayoría serbia es solo un ejemplo más de cómo persiste el conflicto. Kosovo busca la soberanía completa, mientras que Serbia se niega a concederla, lo que mantiene encendida la llama de la discordia.
A día de hoy, más de 4.500 tropas de la OTAN permanecen desplegadas en Kosovo, con refuerzos adicionales enviados el último año tras enfrentamientos con los serbios. Estados Unidos y la Unión Europea apoyan a Kosovo, pero instan a evitar la violencia, mientras que Rusia respalda a Serbia, alimentando la tensión para desestabilizar la región.
Además, el conflicto de Kosovo refleja las divisiones globales, ya que no todos los países reconocen su independencia. Mientras más de 100 países lo hacen, otros, principalmente aliados de Rusia como Grecia, Chipre y España, se niegan a hacerlo.
En medio de este escenario tenso, Serbia y Kosovo se rearman, preparando simulacros militares y manteniendo viva una guerra que parece lejos de encontrar una solución definitiva.
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