Los padres cuentan que las niñas son veganas "prácticamente desde que nacieron" y aseguran que nunca han sentido curiosidad por probar la carne. "Antia ha venido a casa diciéndonos de que en la comida había llorado porque algún compañero suyo había estado jugando con los huesos del pollo. Ellas tienen mucha empatía. No hacen distinción entre los perros o gatos que tenemos en casa con el resto de animales", afirman.

En esta familia, hasta las mascotas son veganas. A la pregunta de si los animales supuestamente no son omnívoros, Rocío reconoce que "sí", pero puntualiza que "eso sería en estado natural". "Pero en una casa tomando pienso les da igual que ese pienso no tenga ningún ingrediente de origen animal mientras tenga todos los nutrientes, las proteínas, los aminoácidos que ellos necesitan".

La ropa que se ponen también va en consonancia con su filosofía de vida vegana. En este sentido, Rocío asegura que no llevan "ningún tipo de ropa que conlleve maltrato animal". Por ejemplo, el calzado que lleva es de "piel sintética". No usan ni lana, ni seda, ni cuero. La explicación que da Rocío es que "la piel que se usa para las botas suele venir o de las vacas, o incluso los cinturones suelen venir de la piel del perro de China".

Ambos quieren romper con los tópicos del veganismo. "Tenemos esa imagen del hippie con rastas comiendo bayas de Goji en una selva o en una playa salvaje. Cualquiera que se salga de ese estereotipo rompe ese concepto y hace que se normalice todo", cuenta Pablo.