En la noche del 19 de febrero de 2008, la Policía entró en un apartamento turístico en pleno centro de Barcelona. Allí encontró el cadáver de una joven: desnuda, con una bolsa de plástico en la cabeza cerrada al cuello con casi un metro de cinta aislante; tirada en el sofá, con pocas joyas y restos de semen en boca y vagina. Durante el registro, los agentes hallan una peluca negra de media melena. No había signos de violencia ni una sola huella. En ese momento, todo apuntaba a un móvil sexual.

"La policía lo vio claro, pero por otro lado estaba muy sorprendida por lo artificial de todo. Era demasiado limpio, preparado, cinematográfico", explicó en aquel programa de Equipo de Investigación Carlos Quílez, periodista de investigación. En ese piso la policía no encontró nada que identificara a la víctima, pero horas después descubren su identidad gracias a sus padres, que llevaban horas sin saber de ella. Era Ana Párez, de 35 años. Sabiendo esto, quedaba saber quién la mató.

Poco después, la policía supo que, en la mañana de su muerte, la víctima sacó supuestamente 600 euros de un cajero que estaba cerca de su trabajo. Pero cuando accedieron a las imágenes de la cámara de seguridad del banco, vieron que en realidad no se trataba de Ana Páez, sino de otra mujer que portaba una peluca: se trataba de María Ángeles, Angie, una antigua amiga y jefa de personal. Una mujer con un alto nivel de vida en Barcelona.