La guerra rusa en Ucrania ha generado una suerte de 'fiebre' por el yodo, y no solo en los países implicados directamente en el conflicto, sino también en muchos lugares del mundo. Ya hay avisos de que este producto se está distribuyendo en Rusia ante el miedo de un impacto nuclear, pensando que pueden ser útiles para sobrevivir a corto y largo plazo al mismo. Pero lo cierto es que, como explica el periodista Mario Viciosa, no servirían en caso de un escape radiactivo, y mucho menos en una guerra nuclear.
Antes de entrar en materia, es necesario ejemplificar las consecuencias reales de esta amenaza: una bomba atómica de 20 megatones es capaz de destruir, en un primer momento, todo un territorio por el calor, generando temperaturas superiores a los 300 millones de grados (más temperatura de la que hay en el núcleo del Sol). En este caso, se daría una destrucción masiva de una zona delimitada en un momento puntual, pero ese impacto también tendría consecuencias a medio y largo plazo.
El estallido de un artefacto de estas características sería capaz de remover todo el terreno, fragmentando y pulverizando todo, y provocando que asciendan al aire todas esas partículas que caerían posteriormente en forma de lluvia radiactiva. Esa lluvia, si nos pilla sin protección, nos provocaría un daño celular que acabaría con nuestras vidas en pocos días (por eso se suele decir que, en estos casos, es mejor estar bajo tierra o entre hormigones que salir corriendo).
Acudiendo a viejas gráficas propias de la Guerra Fría, en las mismas ya se mostraba cuánto duraba esta exposición a los rayos gamma, y la realidad es que es un periodo corto. A las 48 horas, esa exposición ha descendido casi 1.000 veces, pero el problema es que pasa a sostenerse en el tiempo, lo que lleva a dejar un territorio contaminado durante mucho tiempo, un fenómeno ya conocido y experimentado con otras bombas. ¿Esto qué quiere decir? Que en el territorio afectado por un impacto nuclear hay radiaciones que se siguen produciendo en la materia.
Cuando hablamos de radiaciónes ionizantes, nos referimos a la desintegración de los núcleos de los átomos; una desintegración por la que se desprenden partículas subatómicas y rayos que no podemos ver, pero que pueden llegar a nuestras celulas, romper las cadenas de ADN, provocar mutaciones y, eventualmente, tumores, el gran temor a largo plazo. Ya si nos encontramos ante este escenario tan adverso, es necesario advertir de que las vías principales para sufrir esta contaminación radiactiva son la inhalación o la ingesta de sustancias o alimentos afectados.
Y ¿qué puede provocar esa contaminación? A la larga puede producir cánceres. Los más comunes: el cáncer de pulmon, de estomago, los hepáticos o de la sangre. Pero uno muy en particular: el cáncer de tiroides, una glándula junto a la garganta. En este caso, sí podrían ser útiles las pastillas de yodo, mencionadas al principio, pero en presentaciones diferentes a las expuestas en farmacias. Porque es una sustancia que permite saturar nuestra glándula tiroides. Esto es, si damos una alta dosis de yodo no radiactivo a nuestra tiroide impediremos que se contamine, que se llene de yodo radiactivo.