Durante la Navidad, la intensidad lumínica en algunas calles se eleva entre un 20% y un 50%. Es lo que llamamos la contaminación lumínica y menos mal que no es como la atmosférica porque, de ser así, el aire sería irrespirable.

Para conseguir electricidad, necesitamos emitir CO2. Y es que en la península, para encender una bombilla es necesario quemar una parte de combustible fósil. En general, cuando se encienden las luces de Navidad es cuando se produce el mayor pico de emisión de CO2 para ir descendiendo poco a poco a lo largo de las horas.

Antes usábamos bombillas de tungsteno, las de toda la vida. Lo que pasa es que buena parte de la energía se iba en forma de calor. Ahora tenemos los LED que hasta funcionan con pilas, consumen muy poco, son muy eficientes (en general), y, por ello, tendemos a usarlo cada vez más en las ciudades. Precisamente, en las ciudades se tienen a acumular al cabo del día óxidos de nitrógeno, procedentes de los coches o de las calefacciones y para deshacerse de una parte de ellos conviene un poco de oscuridad.

Sin embargo, a los astrónomos les preocupa, sobre todo, una cosa: los LED que tendemos a poner en España son blancos y azulados que tiende a chocar con todo lo que se encuentra a su alrededor, dispersando la luz y dando una sensación de resplandor.