Para empezar, el procedimiento para conceder las ayudas a las empresas fue de todo, menos limpio. Algo olía muy mal, alguien se llevó pasta que no le correspondía aprovechando diferentes argucias.

Supuestamente, la finalidad de los ideólogos de la trama era actuar a espaldas del interventor, ¿cómo lo consiguieron? Muy fácil. El dinero del fondo público de la Junta de Andalucía, que probablemente recordaréis como fondo de reptiles, no fue directamente a las aseguradoras, se desvió transfiriéndose a una empresa intermediaria.

El resultado fue que ya no se incurría en gastos, sino que se hacían transferencias y así el interventor perdió su capacidad para desautorizar los pagos. Además, a los reptiles primitivos hay que añadir unas cuantas pirañas. Intermediarios que se subieron al carro para llevarse un trozo del pastel.

Entonces comenzaron los trapicheos. Se pagaron comisiones infladas, se abonaron prejubilaciones a personas que no habían trabajado en las empresas afectadas por los ERE, los llamados intrusos, e incluso se subvencionaron proyectos que jamás se llevaron a cabo. Sin ir más lejos, el chófer de Francisco Guerrero, director general de Empleo, recibió una subvención pública para montar en Sevilla una granja de pollos. Al final, ni granja, ni pollos. Bueno algún pollo sí que compraron,   pero de otra clase.