La de Carla Antonelli, activista y defensora de los derechos del colectivo trans, es una historia de supervivencia, lucha y coraje.

A finales de los 70, con 17 años, rompió la relación con su familia: "Me di cuenta de que era imposible poder vivir mi identidad y desarrollarme en el pueblo. No queda otra que huir de casa, pensando que jamás podrías volver", relata.

Más de 40 años después, todavía hay hermanos que no le hablan. "Tú te preguntas qué delito has cometido, y a veces no hay nada peor que eso, que la interiorización de las propias discriminaciones".

Todo lo que ha hecho a lo largo de su vida, "ha construido a la mujer" que es hoy. Ella lo explica como un ejercicio de "resilencia innata": convertir las adversidades en algo positivo y aprender grandes lecciones de lo negativo.

Deja atrás a su familia cuando ley de peligrosidad y rehabilitación social está en plena vigencia. Explica que esta norma pretendía "reeducar": "Íbamos a granjas agrícolas y a campos de re educación. Te podían someter a electroshock. Esta ley provocó mucho sufrimiento e inseguridad y conciencia de sentirte algo malo, de sentirte sucia".

Y añade: "Había padres que decían que preferían tener un hijo drogadicto, ladrón o puta que un hijo maricón". Esa época, dice, "suponía aprender a convivir con un paso en la legalidad y otro en la ilegalidad".

Además, explica que las salidas para las personas trans en esos momentos eran la prostitución o el espectáculo. "Recuerdo que en la noche de San Juan de 1977 me detienen, voy a comisaría, me dan una paliza al grito de 'ya estaréis contentos maricones, ya tenéis democracia'", relata. En ese momento dijo "no, por la esquina no me verán" y comienza a trabajar en una sala de fiestas.

Después llegó a Madrid, y aunque habían pasado años a las personas del colectivo LGTBI "se les seguía deteniendo por cosas como el escándalo público, vigentes hasta el 87". "Hubo personas que se suicidaron", recuerda.

Pero llegaron tiempos mejores, aunque la lucha no cesaba: "El activismo de todas y de todos fue necesario entrar dentro de las instituciones para poder hablar directamente". Por eso siguió luchando por la Ley de Identidad de Género: "Sé que yo no podía salir a la calle y mirar de frente a las personas que ya estaba representando y haber cedido, el matrimonio igualitario llegó, pero la ley de identidad de género no llegaba". "Venimos a decirle al mundo que ser o no ser mujer va más allá de unos genitales", asegura.

En 2011 se convirtió en la primera diputada trans por el PSOE. Así vivió ella aquel día para la historia: "En ese momento de decir 'sí prometo', piensas en la grandeza de la democracia. El pensar que las personas que nos perseguían y nos llamaban maricones hoy nos llaman señoría".

Ahora, con 60 años reconoce que toda su lucha "ha merecido la pena" y que la victoria del colectivo LGTBI es el haber sobrevivido.