En un contexto en el que algunos sectores de la sociedad tratan de criminalizar constantemente a los migrantes, es importante recordar que no hace tanto los españoles estábamos en otra cara de la moneda: España era un país de migrantes.
De hecho, entre 1956 y 1973 salieron de España alrededor de 2 millones de personas y al menos la mitad de ellos lo hicieron de forma irregular.
Los paralelismos entre esos inmigrantes españoles y los que vienen hoy a nuestro país son evidentes. Por eso, El Intermedio ha contactado con dos mujeres que tuvieron que pasar por experiencias similares.
Marta Viñán abandonó Ecuador para venir a trabajar a nuestro país hace 17 años, a pesar de que sólo tiene 34. El 19 de marzo de 2002 llegó a Madrid como turista. Faustina Díaz, española de 79 años, tuvo que marcharse de España en el año 1962.
Allí, ha reconocido Faustina, lo primero que hicieron fue comprobar si estaba embarazada, porque en ese caso no se podría entrar al país: "Allí te quieren para trabajar".
Las dos se movieron por motivos económicos. El sueño de Marta sin embargo era seguir estudiando, pero ya no tenía oportunidades en su país: "Mi hermana ya había venido y me dijo: 'puedes venir aquí a trabajar, tengo un trabajo de una amiga que se va a ir y vas a ganar 530 euros'", ha recordado. Entonces, "tenía que limpiar de rodillas".
La primera noche de las dos, a miles de kilómertros, fue en ambos casos muy dura: "Echas mucho de menos el calor de tus padres", ha reconocido Faustina, que ha recordado cómo se acordaba de su hermana de nueve años y de su padre: "Echas mucho de menos el calor de tus padres. He llorado acordándome de ellos".
"Yo dejé a mis hermanos de dos años, mellizos. Dejar a la familia es lo más duro de todo", ha asegurado Marta y es que ambas han reconocido que "no hay palabras para explicarlo" porque volver era imposible: "Dónde ibas, si no tenías nada", ha espetado Faustina.
"Llegar y encontrarte en el pasillo literas, colchones, porque alquilaban el sofá y las camas", ha rememorado Marta. "Nosotros nos fuimos a un pueblecito y el patrón nos alquiló una casa. Abajo vivían los dueños. Tenía que subir por fuera de la casa al dormitorio y dentro de la habitación había hielo. No teníamos ducha en la casa: nos duchábamos en la fábrica", ha explicado Faustina.
Otra de las anécdotas de Faustina es que compró unos calcetines a su marido y éste la regañó: "Me dijo, 'venimos a ahorrar, no a gastar'".
Mandar dinero al país de origen es algo que ambas han hecho: "Ahorrar no se podía, los sueldos siempre han sido mileruistas, y como encargada he llegado a ganar 1.200 euros", ha asegurado Marta. A pesar de que tiene un hijo, tuvo que mandarlo a Ecuador con un año porque no tenía dinero: "Eso de mandarlo con una persona que a penas acababa de conocer... no es un paquete, es tu hijo, se te va la vida entera".
Faustina también tuvo que hacer algo parecido: "Tuve que dejarlo con mi madre y me tuve que ir. Ese fue mi dolor. Todas las noches lloraba por mi hijo".
Pero la buena noticia es que amabas lo recuperaron, aunque para Marta pasaron cuatro años: en el 2007 ya pude tener mi permiso de trabajo y ya pude viajar. Mi hijo tuvo que aprender a madurar con tan solo cuatro añitos. Yo salía a las seis de la mañana a trabajar y él tenía que prepararse el desayuno".
Las condiciones de trabajo en Suiza tampoco eran las idóneas, más bien se les trataba con ciudadanos de segunda: "Los suizos ganaban más que nosotros. A nosotros nos daban trabajos que no hacían los de allí", ha espetado Faustina.
"El trabajo que tuve en un supermercado donde ascendí a encargada, cuando llegaba las señoreas a comprar, algunas decían que no querían que les atendiera una latina", ha recordado Marta, que ha asegurado que le llegaron a decir: "Tú no estás cualificada para este puesto. Le estás quitando el trabajo a mi hija".
Según su propia experiencia, pueden saber que un inmigrante siempre quiere volver a su país de origen: "Seguiré yendo para Ecuador. Todavía me quedan varios años de lucha". Pero, aun así, ambas lo volverían a hacer: "Sí, porque se aprende mucho", a "valorar" y a "respetar" han dicho casi al unísono.
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