Jordi de la Mata y su hermano Oriol sufrieron abusos por parte de dos religiosos en el colegio jesuita de San Ignacio, en Barcelona. Tenía unos diez años cuando sucedieron los hechos: uno de sus profesores le hacía que se acostase en sus piernas, con una regla le pegaba y luego le acariciaba el culo. El otro era "cariñoso y juguetón" y se hizo muy amigo de su familia, sus padres confiaban en él hasta tal punto que les dejaba bajo su cuidado, sin saber que les realizaba tocamientos cuando se quedaban a solas.

Cuenta De la Mata que aunque llegó a pedir ayuda en el colegio en dos ocasiones, le pegaron collejas: "Así aprendí la lección y no volví a pedir ayuda", explica. Además, señala que en el colegio sabían de estos abusos que les ocurrieron también a más niños.

Por estas circunstancias creció enfadado, a los 16 años se fue de casa, empezó a usar drogas y las secuelas continúan: "Sexualmente no he podido estar estable", cuenta, y a nivel espiritual se dice "roto", y sigue tratando de entender el por qué de lo ocurrido

Cuando cumplió 37 años por fin pudo verbalizar lo ocurrido: "Mi padre a los dos años de saberlo se suicidó, tuvo mucha culpabilidad porque era el sacerdote, su hombre de confianza".

Además, De la Mata ha denuncia que, como ocurrió en su caso "la prescripción es el mejor aliado de los pederastas". Por ello, pide que este tipo de casos al menos no prescriban hasta que las víctimas cumplan los 40 años, que es cuando suelen denunciar.