Máximo Huerta recorre los pasillos de su colegio junto con Albert Espinosa recordando su infancia. "Me crea un nudo en el pecho", admite el escritor.

Echando la vista atrás, recuerda cómo en el centro había una virgen a la que ponían flores en mayo. "Yo soy como mi abuela y me gusta lo que a ella le daba paz. Eso a ella le daba paz y algo bueno me tiene que dar a mí", admite visiblemente emocionado.

Además, Máximo Huerta se reencuentra con su profesor Melchor y admite el papel tan especial que desempeñó para él. "Estoy muy orgulloso de don Melchor y lo nombro como referente", explica.

"Entrar aquí es jodido, lo quiero, lo saludo... no sé cómo decirlo. La clase era el refugio para mí porque Melchor era el padre que no tenía, la parte masculina de la familia porque mi padre estaba muy ausente", cuenta roto de dolor.

"Melchor fue la figura de un hombre que, por circunstancias de la vida, tenía que ir en camión y no le gustaba leer. Representa la mejor parte de la figura masculina, alguien que te ayuda, que te da el piropo que no recibías en casa", expresa agradecido ante su profesor.