El organista no había robado el Códice, y queda definitivamente descartado como sospechoso. Solo queda uno de los nombres señalados: Malono Castiñeiras, el electricista. A partir de entonces, los policías le esperan a la salida de misa y le piden que les cuente que hizo con el Códice.

Un día fue a tomar un café con el jefe de brigada y cuando le preguntó que cree que pudo pasar con él, si lo habían quemado, el sospechoso tuvo un lapsus: "No lo quemé... quemaron". Cada día les desviaba a asuntos turbios personales del Dean.

El electricista había sido despedido ocho años antes del robo del Códice. La excusa que le ponen es que "no era moderno" y que su trabajo se había quedado obsoleto. "Se lo toma muy mal y empieza a alimentar de un lado el rencor hacia la iglesia y por otro lado que un nuevo deán amigo suyo le contratara", ha explicado el periodista. Sin embargo, el nuevo Dean no le contrata y durante siete años Manolo Castiñeiras sigue acudiendo a la catedral de Santiago de forma diaria. Pasaba cada día entre seis y siete horas entre los muros del templo.

"Un día, un equipo de investigación que estaba tomando un café cerca de la Catedral ven cómo Manolo se pone casi violento con el deán", ha explicado el juez, que ha asegurado que hasta entonces había mostrado un carácter "reservado, metódico y frío".