De un día para otro el Mar Menor se ha convertido en un cementerio de animales. Miles y miles de peces y crustáceos han aparecido en la orilla muertos o agonizando.

¿Por qué sucede esto?

Porque han salido a la superficie buscando desesperadamente oxígeno. El Mar Menor está en anoxia, es decir, sufre una falta de oxígeno total.

El detonante ha sido el agua de las últimas lluvias torrenciales: llena de fango, barro, materia orgánica y nutrientes, mezclada con el agua del Mar Menor. Esto ha generado una nueva capa, con una salinidad diferente, que se ha quedado en superficie, creando una especie de barrera. De ahí para abajo, prácticamente todo lo que había ha muerto por falta de oxígeno.

La última gota fría es solo la 'gota' que ha colmado el vaso de este desastre ecológico sin precedentes. Estamos ante un problema de hace décadas, generado principalmente por la agricultura intensiva y el desarrollo urbanístico.

Se ha pasado de una agricultura de secano y de regadío tradicional a un regadío intensivo. El sector cada vez más industrializado ha derivado en una red de pozos ilegales y máquinas desaladoras que extraen aguas para el riego, pero que también permiten que los componentes derivados de los fertilizantes puedan filtrarse al Mar Menor con mayor facilidad.

La saturación urbanística de las costas del Mar Menor, invadida de edificios, caminos e infraestructuras, también ha alterado las condiciones naturales. Esto provoca que, por ejemplo, en un episodio de lluvias, las alcantarillas rebosen y los suelos, totalmente asfaltados, sean incapaces de absorber el agua que termina arrastrando elementos urbanos, una vez más, hacia el Mar Menor.

Todo un cocktail que ha generado, lo que se conoce entre los científicos como, un proceso de eutrofización. Esto se da cuando existe una acumulación de residuos orgánicos que provoca la proliferación de ciertas algas. ¿Por qué es tan perjudicial? Estas algas crecen sin parar y acaban consumiendo el oxígeno de la balsa de agua.

¿Cómo podemos salvar al Mar Menor?

Sí, hay una solución: llevando a cabo de una vez por todas lo que llevan años reclamando tanto científicos como ecologistas: clausurar los pozos ilegales, promover la agricultura sostenible y aumentar la vigilancia y control de los vertidos tóxicos.