A vueltas con las campanas de la iglesia. Así están en Herrera de Ibio (Cantabria), un pueblo en el que, después de tres semanas con las campanas silenciadas durante la madrugada, han vuelto a sonar.
Lo que parecía una petición inocente ha desatado una guerra. La dueña de una casa rural reclamó al párroco que apagara su sonido entre las once de la noche y las ocho de la madrugada, alegando que los turistas se quejaban. Aseguraban que era insoportable.
El párroco accedió... y los vecinos se les han echado encima. Ahora, tras tres semanas han conseguido recuperar el sonido. Y todo apunta a que el asunto acabará en los juzgados.
En el pueblo lamentan que los turistas de ciudad no saben adónde van. Aseguran incluso que se han quejado por los ruidos de los perros y los gallos. Así que, por si hay despistados, han colgado un cartel en la entrada para recordarles que no tiene sentido visitar un pueblo para luego quejarse de las cosas que lo hacen especial.

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