Sant Llorenç des Cardassar es ahora otro pueblo. En cuatro horas, la lluvia transformó la vida y la apariencia de este pacífico enclave mallorquín.

Los vecinos respiran tranquilos porque todo pasó y lloran a los que ya no están. La zona cero es el torrente, cuyo caudal, dicen los habitantes del pueblo, subió hasta tres metros arrastrando todo tipo de objetos y coches que se amontonan en las calles.

"Cada cuatro o cinco años se desborda", afirma un hombre propietario de dos coches que se han esfumado. Señala los lugares donde estaban aparcados mientras intenta sacar del garaje un tercero.

Los vecinos se topan también con los militares de la UME, armados de palas y buscando a alguien que requiera ayuda.

En de los pocos edificios iluminados de esa zona del pueblo, donde hay que moverse con la linterna del móvil intentando no resbalarse con el fango, las trabajadoras sociales ordenan la comida y la bebida y la reparten a los vecinos.

También dan ropa y mantas, aunque no han tenido que alojar a nadie en el centro porque los afectados, explican, han conseguido encontrar un techo en casas de vecinos o familiares.