Que los obreros en España se han ganado un monumento no admite discusión. Que se merecen en concreto que le han dedicado en Jumilla, en Murcia, lo mismo sí hay que hablarlo un poco. Se trata de una montaña de ladrillos.

Porque de buenas intenciones está el país, y sobre todo las rotondas más lleno que el infierno. Empezando por el clásico hombre avión de Juan Ripollés, en Castellón, una escultura que se calcula que costó 300.000 euros y que a lo mejor la estética pues no es de las que le agradan a todo el mundo, pero a un aeropuerto sin aviones le pega algo surrealista. Y eso, nos guste o no, aquí está conseguido.

La belleza sien riesgo está sobrevalorada. Viva la creatividad, la audacia como la de la Rotonda de los pavos reales de Jaén, obra de José Fernández Ríos, construido solo con material de obra reciclado aunque mejor, dicen algunos desalmados, que se hubiera quedado en El Tajo.