Si hay un icono gastronómico que defina a Madrid es el bocadillo de calamares. Por eso, con el cariño que se le tiene a los símbolos, El Brillante es un mítico restaurante de la ciudad, una de esas paradas imprescindibles en cualquier tour.
Pero el esplendor con el que se trabajaba en el restaurante ha sufrido esta misma semana un severo varapalo. El dueño, Alfredo Rodríguez, ha fallecido a los 67 años en su piso del distrito madrileño de Chamberí.
Rodríguez, que heredó el negocio de su padre y que trabajó en su propio establecimiento durante casi 54 años, se ha destacado durante la pandemia como un hombre solidario, ofreciendo comida gratis, primero, a los más necesitados, y anunciando que contrataría a mayores de 50 para paliar su acceso al mercado laboral.
Se estaba recuperando del impacto económico de la pandemia
Según revela el diario El Mundo, Alfredo Rodríguez decidió quitarse la vida. Su estado anímico no era el mejor en los últimos tiempos a causa de los problemas económicos de la empresa y su entorno se encontraba muy preocupado.
Lo cierto es que El Brillante, como cualquier establecimiento hostelero patrio, había sufrido mucho con la pandemia generada por el COVID-19. El impacto fue brutal, pero ya se estaba recuperando. Los números empezaban a crecer de nuevo, aunque había deudas que no conseguía disipar.
Así, fue su sobrino quien tras recibir un mensaje de WhatsApp por parte de Rodríguez que le extrañó, acudió a su domicilio y encontró su cuerpo sin vida.
La pérdida de un emblema
La noticia ha conmocionado a los cenáculos gastronómicos de la capital. La Academia Madrileña de Gastronomía ha lamentado en Twitter la "pérdida" de "una de las personas que más han contribuido a la fama de uno de los bocados más populares en Madrid".
Nacido en noviembre de 1953, Alfredo Rodríguez comenzó a trabajar en 1967 en el negocio fundado por su padre junto a la estación de Atocha, en pleno centro neurálgico de Madrid, hasta convertirlo en un emblema. Se hizo popular por el bocadillo de calamares, sí, pero también por sus croquetas, callos y torreznos.
"Le habían lavado el cerebro"
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