El genocidio de los hutus sobre los tutsis duró 100 días interminables. La orden era "matar". Cerca de un millón de personas fueron brutalmente asesinadas ante la indiferencia de la comunidad internacional.

El sonido de la Radio de las Mil Colinas regresa de las tinieblas 25 años después. "Horrorizaba lo que se oía por la radio. Incitaba al odio y a la venganza", explica Ramón Arozamena, cooperante y experto en el genocidio de Ruanda.

El avión del presidente, de etnia hutu, cayó derribado y los más radicales culparon de ello a los tutsis, sus históricos enemigos. La orden era asesinar a cerca de un millón y medio de personas. Toda la etnia tutsi, minoría en ese país, debía de ser exterminada.

"Hasta las personas que conocías y con quien compartías la comida cambió. Hasta tu marido, si era de otra etnia, pasaba a ser un animal. Algunos incluso mataron a sus mujeres", cuenta Claudine Uwasakindi, superviviente tutsi del genocidio de Ruanda.

Allí nadie estaba a salvo, y los pocos hutus que intentaban poner fin a la barbarie eran brutalmente ejecutados. A Claudine les salvo uno de ellos. Había sido su alumno y ahora le salvaba la vida camuflandola entre cadáveres. "Me dijo: 'te voy a poner mi chandal', y me metió en el camión de los cadáveres", relata Claudine.

Fue una brizna de humanidad en 100 días en los que el infierno tomó la tierra y puso en marcha la operación de limpieza étnica más rápida de la historia: al menos 800.000 personas fallecieron.

"Fue la primera vez que Médicos Sin Fronteras pidió una intervención militar para poder parar aquel genocidio, porque nosotros eramos médicos", explica Mila Font, cooperante de Médicos Sin Fronteras intervino en la crisis de Ruanda.

Pero nadie actuó y, 25 años después, Ruanda sigue llorando a sus muertos, al silencio y al olvido.