Tenía tres años cuando llegó a España. Un gorila albino, capturado por cazadores en 1966 en Guinea Ecuatorial y salvado casi 'in extremis' de un puchero por un naturalista. A este ejemplar único en el mundo se le puso el nombre de 'Copito de Nieve' y llegó a ir hasta de vacaciones a Menorca con su veterinario, hasta que se instaló en Zoo de Barcelona.

Aunque ni corpulento, ni inteligente, ni con una vista, digamos, de lince, Copito era especial. Era el único gorila blanco del mundo, y así se convirtió en un símbolo de la ciudad. Tanto, que su enfermedad supuso toda una conmoción. Copito tenía cáncer de piel y después de una terrible agonía, se decidió poner fin al sufrimiento del animal. Era noviembre de 2003. Copito de nieve tenía 40 años.

Se tomaron moldes de su cara y sus manos para hacer una estatua, y sus restos se repartieron para que la ciencia pudiese estudiarlo. Los huesos y la piel se llevaron al museo de ciencias naturales, con el expreso deseo de que nunca fuesen expuestos. El cerebro y los ojos se guardaron en la Facultad de Veterinaria de la Universidad autónoma de Barcelona. Y sus testículos en el Instituto Dexeus.

El resto, las vísceras, se incineraron. Y hace ahora 15 años sus cenizas se enterraron en una urna biodegradable junto a unas semillas de árbol africano que debía crecer en su recuerdo, pero que nunca lo hizo. Porque unas reformas en el zoo taparon en lugar exacto donde enterraron a Copito. Y de la estatua, por cierto, ni rastro.

Pero incluso muerto, Copito no deja de sorprendernos. Gracias al estudio de sus ojos se ha descubierto que era aún más especial de lo que se creía. No era un albino de tipo 1 sino 4, mucho más raro en el mundo. Y además, podría haber sido fruto de una relación tío-sobrino.