Los pirocúmulos son el gran peligro oculto de un incendio. Se trata de humo que se transforma en nubes y que puede terminar en vientos destructores y tormentas eléctricas que acaben encendiendo nuevos fuegos.
¿Cómo se forman? El intenso foco de calor del incendio evapora todo el agua almacenada por árboles y plantas. Ese vapor se mezcla con la columna de humo y sube con las corrientes de aire caliente que ha creado el fuego. Cuando el agua evaporada llega a zonas más frías, se condensa, formando una nube. Ese es el pirocúmulo.
El problema es que, arrastrada por el viento, esa enorme nube puede deshacerse en forma de reventón, es decir, con lluvias y vientos muy fuertes. En algunos casos, además, se carga de electricidad y aparecen rayos que provocan nuevos incendios.
En el siguiente vídeo vemos un pirocúmulo en acción: el humo gris oscuro se convierte en una nube blanca a cierta altura. Abajo, cenizas y agua evaporada; arriba, esa humedad ya condensada, lista para ser arrastrada por el viento. Desde el espacio puede verse cómo el pirocúmulo crece a medida que va avanzando con las corrientes.
A veces, los bruscos movimientos de aire arriba y abajo separan las cargas eléctricas y pueden acabar produciendo rayos. Estos, si caen sobre el terreno seco, pueden provocar un nuevo incendio.
Pero esto no solo ocurre con incendios forestales, sino que también es frecuente en erupciones volcánicas y sucedió también con el fuego del vertedero de neumáticos de Seseña de 2016. Cuanto mayor es el fuego, mayores posibilidades de que el pirocúmulo termine en tormenta eléctrica.
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