Cerca de un 20% de los beneficios de las empresas agrícolas se invierten en investigación y desarrollo de nuevas semillas; grandes inversiones que se ponen en peligro por la piratería.

"Sólo en el mercado del tomate podemos estar hablando de pérdidas que superarían los 20 millones al año", alerta Antonio Villarroel, secretario general de ANOVE.

El proceso para mejorar una variedad concreta comienza con la inversión de las empresas para crear nuevas semillas modificadas genéticamente; consiguen los permisos, pasan los controles y finalmente las comercializan.

"Una vez que la variedad está registrada es propiedad de la empresa o del organismo público, que en ocasiones ocurre. que la ha desarrollado", explica el director del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria de la Universidad Politécnica, Antonio Molina.

Quienes las compran, obtienen un nuevo producto que a su vez generará nuevas semillas; es aquí donde comienzan a actuar los piratas, que las comercializan al margen de registros y controles que garanticen su seguridad alimentaria.

"Ese material se está reproduciendo sin ningún control, por lo que las posibilidades de introducir nuevas enfermedades y plagasson muy elevadas", asegura Villarroel.

Según la asociación de mejora de variedades vegetales, en 2016 más del 40% de las semillas de cereal se comercializó ilegalmente. "En el fondo, es un robo de tecnología", critica Molina.

Resolver el problema parece complicado a corto plazo. "La labor fundamental es una labor de concienciación y de educación", puntualiza Villarroel.

Soluciones que tardarán en llegar para un sector que innova pero que le cuesta recuperar lo invertido.