Bajo las uñas de Déborah Fernández, la joven que apareció muerta en 2002 en una cuneta de Vigo, los investigadores han encontrado pelos y fibras que por primera vez van a ser analizados. Sí, 19 años después, la familia consiguió reabrir el caso y hace unos meses su cadáver fue exhumado. "Confiamos en que las nuevas técnicas nos ayuden a esclarecer lo ocurrido", ha señalado su hermana, Rosa Fernández.
Ahora, estas nuevas pruebas de ADN podrían señalar por fin al culpable de su muerte. "La Audiencia Provincial ha fallado en nuestro favor diciendo que el caso es de extrema gravedad y que hay que poner todos los medios para intentar saber qué pudo acontecer", ha expuesto Rosa. Así, creen que están más cerca que nunca de resolver, de una vez por todas, un caso repleto de contradicciones que en apenas un año prescribirá.
Déborah fue vista por última vez un 30 de abril de 2002. Aquel día, con 21 años, salió a correr por la playa de Samil. "Una persona que quiere marcharse de su casa no se va a hacer deporte diez minutos antes", denunció su padre, José Carlos, cuando se notificó la desaparición de su hija, cuyo cuerpo apareció diez días después: en una cuneta, desnuda, colocada con mimo y cubierta por ramas.
Junto a ella, se encontró un preservativo usado y un pañuelo con restos biológicos, los mismos encontrados en su vagina. Los análisis confirmaron que no coincidían con los del principal sospechoso: su exnovio. Los investigadores concluyeron que se trataban de pistas falsas y que el escenario estaba minuciosamente preparado para generar confusión.
Ni siquiera creen que muriera el mismo día de la desaparición, sino entre seis y nueve días antes de localizar su cadáver. Tampoco concuerda que su cuerpo apareciera desnudo. Creen que su asesino la desvistió, la lavó y la conservó en un lugar frío. Aunque el auto judicial de 2010 confirma las contradicciones de su exnovio, ante la falta de pruebas objetivas o biológicas, el juez archivó el caso.
Nueve años y 230.000 firmas después, su familia logró en 2019 que se reabriera con la declaración de 15 testigos y, por primera vez, la del padre de la víctima. Fue el detonante que terminó con una exhumación que podría ser crucial para resolver, 20 años después, la muerte de Déborah Fernández.
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