Todo iba bien en el embarazo de Hanna Rose, de 25 años, y su pareja Daniel Bownes, de 27. Estaban esperando al pequeño George, que tenía previsto nacer en septiembre de 2018. Sin embargo, a las 23 semanas de gestación, la joven comenzó a sufrir dolores de espalda; tan fuertes que tuvo que ir al médico para ver si aquello afectaba al bebé.

La respuesta del hospital la alarmó: estaba preparada para dar a luz. "No creía que pudiera estar en el parto porque era muy pronto. Fui al hospital y vi al médico y me dijo que estaba de parto", cuenta Hannah, cuyo parto prematuro, que se prolongó durante cuatro días, desenvocó en el nacimiento prematuro de George.

El pequeño vino a la vida con tan solo 23 semanas y seis días. Los médicos que atendieron a Hannah en ese momento trasladaron a la madre que el bebé moriría casi con toda probabilidad debido a que aún no estaba completamente desarollado. En cuando nació, George fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde fue operado del hígado y perdió el 40% de la sangre.

 

Los problemas no quedaron ahí. Tras la complicada cirugía, los resultados y su estado, George desalló meningitis y sepsis hasta en cuatro ocasiones, y llegó a sufrir un shock séptico. "Los médicos nos dijeron que George tenía una posibilidad entre un millón de sobrevivir y que era casi imposible que lo lograra. Estaba convencida de que iba a morir", relata Hannah.

No obstante, contra todo pronóstico, el pequeño George se sobrepuso a la adversidad y logró salir adelante. "Es un verdadero milagro que esté aquí con nosotros", cuenta ahora Hannah al Daily Star Sunday, y añade: "Cada día que tenemos con él es una verdadera bendición".

Actualmente, George, que sigue recuperándose en un proceso lento y complicado, pero con muchas más posibilidades de mejorar y de hacer vida normal. Todavía necesita de un depósito de oxígeno para respirar y visita regularmente el hospital, pero su peso ha aumentado hasta alcanzar los 3,28 kilogramos. En Nottinghamshire, Reino Unido, ya tildan este caso de milagro, y no es para menos: cuando nació, pesaba solo 700 gramos y medía poco más que una jeringa.