El 45% de lo que gastamos en comida son alimentos frescos: fruta, verdura, carne, pescado. Parece que está bien, pero Rubén Bravo, dietista, no sabre los ojos: "Me parece un porcentaje realmente bajo. Entre el 70 y el 80% de los productos que compremos deben ser naturales o frescos".

La razón fundamental por la que comemos poco producto fresco es la economía doméstica. Durante la crisis, entre 2010 y 2016 su consumo cayó casi un 9% y fue sustituido por platos preparados que compramos cerca de un 8% más.

Con la recuperación económica deberíamos haber vuelto a lo fresco, pero no: el año pasado cayó otra vez un 2%. ¿Por qué? Fácil: son más caros. El precio de lo fresco subió un 5% en 2018, el doble que los productos envasados.

Pero hay otra razón: cuanto más jóvenes somos, menos alimentos frescos comemos, y ello se une a que las jornadas laborales de hoy dejan poco tiempo para comprar.

Así, el mercado, reino de los alimentos frescos, se ha quedado para los veteranos: tres de cada cinco euros de la cesta de la compra van a productos frescos.