La lluvia de adoquines es una de las imágenes de los disturbios en Lavapiés. Los policías se cubrían con los escudos por arriba mientras algunas piedras les golpeaban en los pies. En ese momento, los policías decidían reagruparse y retroceder porque podían con ellos.

Por un instante pierden la formación, bajan la guardia y lo pagan con una pedrada en la cabeza y otra en el hombro. En la misma esquina de la calle algunos agentes se refugian, mientras en primera línea otros devolvían los adoquines lanzándolos con la mano.

Por todo Lavapiés, la estrategia de los manifestantes era cortar las calles con barricadas y prenderlas fuego. Arden contenedores, árboles y hasta una sucursal bancaria de la que rompen los cristales para incendiar su interior provocando un humo que obliga a los vecinos a evacuar las casas.

La policía intentaba controlar la situación a base de cargas y porrazos, y una de las imágenes más criticadas es la de varios agentes golpeando a un hombre que cae desplomado.

Emergencias atiende a una veintena de heridos, 10 de ellos policías, pero ayudarles no es fácil en medio de la lluvia de piedras. Son los propios agentes los que les llevan de la zona más conflictiva hasta las ambulancias.

Los alborotadores destrozan marquesinas, comercios, cajeros e incluso a los vehículos de bomberos que acuden a apagar fuegos.

Ante la violencia, algunos vecinos suplican que les dejen refugiarse en los portales y son precisamente las escaleras de las viviendas las que se convierten en refugio donde socorrer víctimas.

La noche acaba con seis detenidos, todos españoles, en una noche de pelotazos, pedradas y miedo.