Hubo un tiempo en el que las aguas sumergieron en sus profundidades la vida de más de 500 pueblos. "Los tiempos pasados no vuelven", explica un ciudadano. Aunque sí pueden volver, esas aguas se secaron y dejaron al descubierto las reliquias de antaño.

Ocurrió en la aldea de Barcela, en Portomarín, en La Isabela, Tiermas, Peñarrubia... la lista es larga. "Baja el agua y encuentro pequeños paraísos: playas, ruinas e iglesias", asegura una mujer de la zona.

Un tesoro en superficie, fuente de turismo. "Es la segunda vez que ya venimos, la primera fue hace cinco o seis años", comenta un turista. "¡Es precioso!", exclama otra visitante. "Vamos a visitar la iglesia", adelanta otro de los turistas.

A los turistas se unen los que un día levantaron sus casas en la sierra riojana. "Llevamos ya dos meses pisando pueblo", comenta un hombre de la zona. Mansilla el Viejo, 600 habitantes. Desaparecido hace casi 60 años.

"Yo estuve aquí con mi padre ayudando a los ancianos a salir de las casas", recuerda un hombre. Otro paisano rememora: "A los diez días el agua por todo esto. Tuvimos que sacar todas las cosas. Bueno, lo que pudimos sacar". Barcela también se quedó sola, como su ermita, que ahora descansa sobre las aguas.

También, y para la eternidad, descansan las tumbas del cementerio de Portomarín, a donde bajaban estos meses los vecinos para echar un vistazo al pasado.

La sequía también muestra al desnudo el campanario de Mediano. Pueblos, iglesias y hasta balnearios a la luz del sol, como el de la Isabela, en Guadalajara. Fernando VII se hospedó allí para tratar su mal de gota.

A vista de pájaro, se puede adivinar su trazado, los restos de vida animal en el suelo e incluso diminutos guijarros de los azulejos que tal vez un día aquilataron el balneario.

Pequeñas 'atlántidas', que como un mito griego, el hombre las hundió un día en el agua y la naturaleza las ha devuelto ahora a tierra firme.