Una persona subió a Instagram una foto de las algas calcáreas similares a las palomitas que inundan la playa del Hierro, al norte de Fuenteventura. Allí la etiquetó, cientos más le siguieron y ahora se ha convertido en un lugar de peregrinación turística.

Lo malo es que los curiosos no sólo van a verlas, sino que también se las llevan de recuerdo. Un total de unos diez kilos al mes. Un acto que rompe el ciclo natural de formación de arena y que, además, está prohibido.

Isái Blanco, alcalde de La Oliva, en Fuerteventura, asegura que esas curiosas algas forman, tras miles de años, la arena blanca que hay en sus playas, debido al rozamiento entre ellas y a las conchas.

Pero hay otra moda mucho más dañina en Canarias: hacer torres de rocas. Empezó como una actividad de relajación curiosa y minoritaria hasta que se puso de moda entre los turistas; y, sin saberlo, estas personas están destrozando el hábitat de insectos, moluscos y plantas que viven entre las rocas.

Además, hay vendedores que las recogen, las pegan con cola y hacen negocio con ellas, realizando una actividad comercial ilegal. En Lanzarote, la broma de llevarse una roca volcánica de recuerdo llena cada día numerosos contenedores, e incluso la Guardia Civil ha asegurado que ha llegado a requisar allí media tonelada de rocas a la semana.

Algunos de los que consiguen pasarla, la venden por Internet. Hay todo un mercado de arenas de playas del mundo y, aunque parezca un souvenir inocente es, a gran escala, un ataque al ecosistema.

Las conchas tampoco se pueden expoliar, así que la próxima vez que sientas la tentación piensa que al llevártelas estás quitándole la casa a cangrejos y moluscos, y el nido a los pájaros.

Todo este expolio natural está prohibido. Y en algunos lugares, como en algunas playas de Boracay, en Filipinas, cuesta 50 euros de multa.