Marcos se encarga, cada día, de controlar todos los parámetros en la desalinizadora de Xàbia. Toma las muestras, tras la extracción de la sal en esta planta, y verifica en el laboratorio que el agua es de calidad. 150.000 personas beben, se duchan y riegan de esta única fuente. "La calidad del agua equivaldría a la del agua embotellada que tenemos en los supermercados", explica Javier Marco, responsable de la planta.

La situación es opuesta en otras plantas. Es el caso de Moncofa, en Castellón. La instalación ha costado 55 millones de euros y ahora está cerrada. "Un pueblo de 6.000 habitantes tendría que pagar más de un millón, cerca de un millón y medio de euros al año", detalla Wenceslao Alós, alcalde del municipio de Moncofa.

Son la cara y la cruz de la desalinización para hacer frente a la sequía en el Mediterráneo. Hay ocho grandes plantas en la Comunidad Valenciana: tres están cerradas, y el resto funciona al 30% de su capacidad. Entre sus detractores, los agricultores, que dicen que es cara. "Vale entre cinco y seis veces más que el agua subterránea", considera Cristóbal Aguado, presidente de AVA.

Construidas con el anterior Gobierno central, venían a ser la alternativa a los trasvases. Hoy, el gobierno autonómico también defiende su uso. "No podemos estar demandando que se nos haga un trasvase desde el Ebro cuando tenemos decenas de millones de metros cúbicos que podríamos estar obteniendo", apunta Manuel Aldeguer, director general del Agua. La polémica en torno al agua sigue activa.