La fotografía de la muerte de un padre y su hija no es más que una historia repetida, lamentablemente, cada día. Al menos un niño o niña migrante muere o desaparece al día desde 2014 en el trayecto, según la ONU.
México es ahora mismo una auténtica olla a presión en la que miles de migrantes colapsan los centros de atención en ambas fronteras. "Rebasan hasta en un 300% de la cantidad máxima de posibilidad de atención", dice Jorge Vidal, miembro de Save the Children México/USA.
El perfil del migrante ha variado: antes el 80% eran hombres solos y ahora llegan familias enteras, muchas con niños que no alcanzan los 11 años. En 2017, el número de menores que ingresaron en México fueron cerca de 17.000, y las previsiones del Gobierno mexicano para 2019 asustan.
"Un cruce de menores de edad en un rango entre los 230.000 y 300.000", explica Vidal. Una vez alcanzan la frontera norte, la burocracia frena sus sueños. Cada migrante recibe una hoja con un número, su puerta de entrada a una entrevista con la administración americana, pero, hasta que eso llega, pueden pasar meses.
"Se condena al migrante a pasar largos periodos de tiempo en ciudades como Tijuana, Mexicali o Nuevo Laredo. Son lugares peligrosos donde los migrantes son 'carne de cañón' de bandas criminales", apunta Juan Carlos Tomasi, de Médicos sin Fronteras México.
Bandas criminales que engañan a los migrantes con falsas promesas que, en el peor de los casos, les conduce directamente a la muerte. "Les dicen que pueden ayudarles a tener un punto de cruce y que luego tendrán una entrega legal, lo cual no es cierto", cuenta Jorge Vidal.
Valeria y su padre han muerto intentándolo. 400 murieron en el 2018, pero los desaparecidos se cuentan por miles.
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