Un nuevo caso ensancha el debate sobre los límites del humor. Por un fotomontaje en el que un joven jienense cambio la cara de una imagen del cristo de una hermandad por la suya propia, el chico, de 23 años, tendrá que sentarse en el banquillo acusado de un delito contra los sentimientos religiosos.

"Lo hice por divertimento, no por ofender", ha dicho Daniel Cristian Serrano, el joven denunciado. La Hermandad de la Amargura lo denunció por considerar "indignante" que pusiera su rostro sobre la del Cristo Despojado. No es el primer caso en el que el humor y los sentimientos religiosos acaban en un juicio. El pasado mes de abril, el humorista Dani Mateo recordaba en El Intermedio que "hay una cruz con la que cargamos todos: la posibilidad de ir al juzgado por hacer un chiste".

Precisamente, una broma sobre la cruz del Valle de los Caídos les ha costado al presentador y al colaborador de El Intermedio una denuncia por un supuesto delito de odio. Sin embargo, no observan tal delito expertos juristas, que han debatido sobre la represión penal de la sátira política.

"Es un acto gravísimo que se pueda intervenir contra periodistas, reyes de la sátira", considera Luis Arroyo, catedrático de Derecho Penal. Casos judicializados como el de los titiriteros, la tuitera Cassandra o el de César Strawberry han encendido en los últimos años el debate sobre la libertad de expresión.

Pese a la fina frontera entre sátira política y delito, los expertos sí dibujan límites. "Se encuentran en no cometer delitos de calumnias, injurias ni incitar a la violencia. Quien pretenda entender que una manifestación humorística es una incitación a la violencia tiene un serio problema", señala el catedrático de Derecho Penal de la Universidad Carlos III de Madrid Jacobo Dopico. Insisten en que respetando estos límites se respeta también la libertad de expresión.