El negocio de los campos de naranjas ya no sale rentable. La situación de la familia de Lluís Marco es la prueba de ello. Cultivaban naranjos desde hace cuatro generaciones pero, en los últimos días, se han visto obligados a quemar el último árbol que tenían en su huerto de Valencia.
El distribuidor les pagaba cuatro céntimos el kilo, cuando el coste de producción era de 30 céntimos por kilo. Las consecuencias van más allá de la pérdida económica, pues en este tipo de negocios familiares hay un fuerte componente sentimental. "Te sientes muy mal. Y de ver la tierra apagada y sin cultivar aún me siento peor", confiesa a las cámaras de laSexta el padre de la familia, Luis Marco. Su hijo, Lluís, tiene 38 años y ya no podrá heredar la tierra en la que trabajaba su padre, quien tuvo que hacer frente a varias crisis. "Es un momento de mucha tristeza. "En esta tierra han sudado mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo", lamenta el joven.
A pesar de la tristeza, la situación era insostenible. Llevaban desde los años 90 perdiendo dinero. Aseguran que lo que han recibido últimamente por el producto es lo mismo que hace 30 años. Sin embargo, la inflación les ha puesto al límite. Solo en las dos últimas campañas los costes de producción han subido un 40%. Y no es la primera vez que optan por la quema de sus campos. Ya el año pasado abandonaron otros campos para evitar enfermedades.
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El campo pasa por un mal momento. La sequíay el calor son parte de la causa, pues han mermado muchas cosechas. Por ello, el caso de esta familia valenciana es solo un ejemplo. Un ejemplo de esplendor, de una forma de vida rodeada de naranjas de la que ahora solo quedan sus restos.
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