"Tenía nueve años cuando nos dijeron que teníamos que irnos del pueblo, y como mi familia el resto del pueblo". Es lo poco que recuerda Marian de la expropiación que sufrió su familia en los años 70: "Las últimas fiestas del fueron muy emotivas, había una canción que decía 'no nos matan pero nos ahogan'... todo el pueblo lloró en aquellas fiestas".

Que en 2023 hablemos de Lanuza como uno de los mejores pueblos del Pirineo para hacer turismo es un vacío en el metaverso, puesto que este pueblo debió haberse inundado hace 50 años. En 1976 se tomó la decisión de construir un embalse para regular el río Gállego, un pantano que —en teoría— inundaría Lanuza.

Imagen de la vista de la localidad de Lanuza.

Hoy lo vemos como un pueblo de cuento, pero en su momento fue una pesadilla para toda la gente de allí"

"Hoy lo vemos como un pueblo de cuento, pero en su momento fue una pesadilla para toda la gente de allí", cuenta Jesús Gerico, alcalde de Sallent de Gállego. Su municipio ha acogido a Lanuza como barriada para garantizar que los que han conseguido volver a su pueblo tengan cubiertos todos los servicios, como el supermercado, el colegio o el médico.

Retrocedemos a aquella década de los 70, junto a Juan Miguel, uno de los pocos ancianos que quedan en el pueblo y que sufrieron la expropiación en plena juventud. "Las lágrimas no se te caían porque ibas aguantando, pero si no...". Recuerda cómo además la compensación económica era muy baja y lo que le costó empezar de nuevo en otro lugar. "Lanuza nunca se fue de mi cabeza, siempre quise volver", es lo que cuenta ahora con media sonrisa en la cara.

Ese pensamiento es el que rondaba en la mente de los apenas 200 vecinos que tenía este pueblo, porque cuando la carretera que daba acceso Lanuza quedó cerrada y algunas casas quedaron inundadas los vecinos siguieron atentos por si el pronóstico había fallado y el nivel del pantano era menor al anticipado. Y así sucedió.

Cuando el nivel del pantano se estabilizó y quedó claro que el pueblo iba a continuar existiendo, llegaron las trabas burocráticas. Veinte años de lucha incansable de un pueblo unido por recuperar sus raíces hicieron que finalmente la entidad gestora del embalse diera su brazo a torcer para que los antiguos residentes volvieran a sus casas.

Fotografía de archivo que muestra el estado en el que quedaron las viviendas tras el abandono del pueblo.

"Lo que pasa es que cuando te vas dejas tu casa cerrada pero en unas condiciones habitables, y después de 20 años de abandono ya no se podía utilizar ese adjetivo para describir lo que aquí quedaba en pie", nos cuenta Marian, que hoy tiene un hotel rural en la parcela que sus padres y abuelos utilizaron como cuadra para los animales.

Los que quisieron volver tuvieron que comprar sus terrenos de nuevo, con un precio que se multiplicaba hasta por doce con respecto a la indemnización que recibieron. Pero es que además tenían que reconstruirlo todo y no recibieron ninguna ayuda. Como Fuenteovejuna, cada uno fue poniendo lo que podía de su propio bolsillo y utilizando sus propias manos. Y Lanuza volvió a brillar.

Fotografía de archivo de la iglesia de Lazuza durante su reconstrucción.

Hoy en día es una pequeña y coqueta localidad por la que da gusto pasear. El ritmo de vida baja dos marchas y el silencio que rodea este paraje es propio del encanto que se le presupone a un pueblo de los Pirineos.

Pero Lanuza no es el típico pueblo que vive solo del turismo de nieve sino que han conseguido atraer a turistas durante todo el año. Así, en verano Lanuza se convierte en un festival, sin hablar metafóricamente. Año tras año se celebra Pirineos Sur, el Festival Internacional de las Culturas. Durante el evento, artistas de todo el mundo se acercan al pueblo para traer un pedacito de su arte.

Y así es como los vecinos rescataron a su pueblo de las aguas e hicieron que un futuro allí, siguiera siendo posible.