En el mosaico que cada día pisan cientos de personas aparece una flecha en dirección a Plaza de Catalunya. Es la forma que tuvo Miró de invitar a los visitantes que llegaran por mar para adentrarse en la ciudad. La obra se instaló en 1976, cuando Barcelona se unía al mundo.
El segundo regalo de Miró a Barcelona fue para recibir a los turistas que llegaron por aire, un enorme mosaico que decora el Aeropuerto de El Prat.
También quiso regalar una escultura de 60 metros para los que llegaran por tierra. Esa obra, que ahora está instalada en Chicago en un formato más reducido, se iba a colocar en el Parc Cervantes de la diagonal, a la entrada de la ciudad, pero el proyecto no avanzó.
Miró pidió que no se protegiera el mosaico de Las Ramblas, quería que fuera parte de la ciudad. Ahora, sepultado por flores, velas y mensajes de apoyo, se ha convertido en el corazón de Barcelona.
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