Cuando llueve, cada vez más lo hace de forma torrencial. Cuando graniza, el pedrisco es más grande. Y cuando el suelo se seca, lo hace durante semanas. El coste del cambio climático golpea con fuerza a las aseguradoras privadas, empresas y arcas del estado. "Todo esto está teniendo su reflejo en los costes inestables y se empiezan a convertir en ordinarios. Habrá que trasladar todos esos costes a las primas", explica Santiago Velázquez, director de Comunicación de Línea Directa Aseguradora. En otras palabras: podría condicionar el sistema de seguros tal y como lo conocemos.

¿El motivo? Varios: los drásticos cambios de temperatura, las lluvias torrenciales, los incendios y la sequía. El noreste español pasó este año de los 20 grados a los menos ocho. Como consecuencia, el valle del Ebro perdió el 80% de sus frutales y almendros. "El árbol sufre tanto que le afecta hasta a la cosecha del año siguiente", asegura Sergio de Andrés Osorio, director de Comunicación de Agroseguro. En dos noches se pagaron 250 millones de indemnizaciones. Eso no es todo. Las olas de calor y la sequía de este verano duraron mucho más: 42 días. Dañaron un total de un 1.400.000 hectáreas de cultivos. Pero sin contar con los incendios, que arrasaron 300.000 hectáreas, señala Pedro Tomey, presidente del Observatorio de Catástrofes.

Todos estos fenómenos meteorológicos extremos han costado a los seguros agrarios más de 800 millones de euros, un hecho que está dando paso a la llamada 'nueva realidad climática'. "Sí que hemos visto un cambio de tendencia bastante evidente en estos seis últimos años", confiesa Osorio. Las indemnizaciones por estos eventos climáticos se llevan disparando desde 2017, pero en estos últimos cinco años han supuesto un total de 8.800 millones de euros, cifra Vázquez.

El esfuerzo económico no es solo de las aseguradoras privadas y de las arcas públicas, también de las empresas españolas. "Dejaron de poder ingresar más de 1.500 millones, de forma directa, como consecuencia de las catástrofes naturales", añade Tomey. Los expertos aseguran que los efectos económicos podrían notarse todavía más a largo plazo, si se convierten en eventos ordinarios: las pólizas podrían subir de precio y las grandes contaminantes podrían empezar a pagar más de su bolsillo.