"Mi tutora, la señorita Van de Biggelaar, me ha llevado en tren hasta Almelo (este de Holanda). En Tilburgo al menos tenía un nombre que coser en la etiqueta de mi ropa, en Almelo me convertí en un número más", cuenta Jo Keepers, de 76 años y una de las miles de víctimas de los trabajos forzados no remunerados de esta congregación.

Hija de un padre alcohólico y maltratador, se unió a la Hermandad cuando tenía 14 años, aunque -relata- un año después la trasladaron de una a otra institución del Buen Pastor, a los conocidos como los "asentamientos de amor" católicos, donde comenzó su pesadilla.

Las monjas, establecidas en Almelo, Tilburgo, Zoeterwoude y Gelderland vivían de tareas de la costura comercial y todas las "esclavas" que tenían en su posesión elaboraron durante décadas ropa de bebé, prendas para los militares, chalecos de fuerza para instituciones psiquiátricas o camisas especiales para compañías determinadas.

Una de estas víctimas es Margot Verhagen, de 85 años y cuyo padre murió en la Segunda Guerra Mundial y su madre falleció en 1950, dejando atrás siete hijos, entre ellos esta joven con entonces 17 años. Se quedó a cargo de una de sus tías, pero pocos días después, dos policías y una mujer de protección de menores la trasladaron a la institución del Buen Pastor en Velp, donde las hermanas la pusieron a trabajar, desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, recuerda.

Verhagen, nacida en La Haya, asegura que no solo fue sometida a los trabajos forzados en las lavanderías, "una cultura normal de esa época", sino que denuncia que fue "violada" por el rector de la institución y aquello quedó impune porque las "esclavas" no tenían ni voz ni voto, ni derecho a quejarse.

Las niñas y las mujeres estaban consideradas "perdidas" cuando quedaban embarazadas fuera del matrimonio, huérfanas, abandonadas, maltratadas, discapacitadas o condenadas por un delito menor y su ingreso en la Hermandad era considerada "la única solución", refiere Verhagen. Nunca recibieron un salario por esas labores, aunque una vez al año las monjas les entregaban un "billete de cartón", una especie de dinero inventado con el que podían comprarse dulces o comida en los puestos del mercado de la Hermandad.

En una carta publicada el año pasado, las Hermanas se "disculparon" ante sus víctimas pero se niegan a pagar las indemnizaciones porque para ellas, todo esto ha "prescrito" y han pasado ya "muchos" años.