El sol reflecta en los capirotes blancos en domingo de Ramos, en Sevilla el calor se colaba entre las palmas y hacía desenfundar abanicos. Nadie hacía presagiar entonces que el agua de las jarras iba a caer como del cielo.
Avanzaba la semana y en Madrid, los ojos al cielo por si chispea y el hombro sujetando el peso. Pocos pasos han conseguido salir en la ciudad este año. Han sido impuntuales las imágenes en su encuentro con los devotos.
Tras la espera a la salida de las procesiones, un merecido aplauso para celebrar que no hay temporal que amaine tanto esfuerzo.
Porque ni túnicas, ni capirotes, el paraguas ha sido el más devoto en las calles españolas. No sólo el cielo ha llorado esta Semana Santa. Alguno se ha llevado algún disgusto, por las el temporal o por los sustos, como el que se llevaron en Burgos o en Córdoba, cuando las imágenes se precipitaron.
La tradición este año también ha hecho un hueco para el amor, con pedida de mano incluida. Lo que ha unido la fe que no lo separe la lluvia
Tras esperar para la madrugá de Sevilla, merece la pena, a juzgar por sus caras. Lloran, pero esta vez no por el mal tiempo. Aunque más corta, este año, la noche más esperada en Sevilla acababa en abrazo.
Una semana santa golpeada por el mal tiempo y en un abrir y cerrar de ojos ha llegado resurrección, todavía esperan algunos en la calle para que salga el sol, o para despedirse hasta el año que viene.
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