Caminaba por los pasillos del tribunal con una sonrisa en la cara, sin mostrar remordimiento alguno por el asesinato atroz que había cometido.
Era 1998. Bill King y otros dos supremacistas blancos secuestran a James Byrd, un hombre negro, cuando volvía del trabajo en Texas. Lo golpean salvajemente y con unas cadenas, lo atan por los tobillos a su camioneta y lo arrastran durante 5 kilómetros. La mayor parte del tiempo es consciente de todo, hasta que en una brusca maniobra acaba decapitado y mutilado.
Mientras en el exterior del juzgado es apoyado por decenas de racistas como él, la sociedad estadounidense, conmocionada, exige nuevas leyes contra los crímenes de odio
King fue condenado a muerte. Hoy, 21 años después, Texas lo ha ejecutado con una inyección letal. "No abrió los ojos durante todo el proceso", relataba ......
La familia de Byrd, su víctima, ha sido testigo de esos últimos momentos. "No mostró arrepentimiento entonces y tampoco lo ha hecho esta noche", declaraba la hermana del asesinado.
Hablaban por él los tatuajes nazis que cubrían su cuerpo: desde esvásticas a un hombre negro colgado de un árbol.