La joven Carolina, de 35 años, entró en un quirófano en septiembre del año pasado para cambiarse unas prótesis mamarias. Tras la operación, sufrió dos infartos cerebrales y tres cuartas partes de su cerebro están dañadas. Ahora, ella y su familia se adaptan a su nueva realidad. Se ha quedado sin habla, no puede comer y tampoco caminar.
Apenas cuentan con ayuda y su marido Richard se ha convertido en su logopeda, su fisioterapeuta y su cuidador a tiempo completo. "La llevo todos los días a la piscina", afirma. Todavía no se sabe qué salió mal en aquella intervención y nadie asume la responsabilidad. La abogada de la cirujana asegura que en la intervención no hubo errores y apunta a que algo pudo salir mal en el postoperatorio. Por eso, esperan al informe forense que esclarezca lo sucedido.
Pero para Carolina el tiempo es vital: "es víctima del sistema", lamenta su marido, que dice vivir en una carrera contrarreloj. Si Carolina no recibe la rehabilitación que necesita, los daños cerebrales pueden ser irreversibles. "La plasticidad del cerebro cuando hay un daño neurológico actúa en cierto tiempo y luego deja de reconstruir".
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Richard sospecha que los médicos tardaron mucho en actuar. Que después de la operación, Carolina no despertaba y tardaron 14 horas en hacerle un TAC. Lleva casi un año recopilando información y rodeándose de especialistas para dilucidar si lo que ocurrió se podría haber evitado. Mientras, él y sus dos hijos atienden a Carolina como pueden y afrontan una situación económica muy difícil.
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