Sofía tiene 16 años y padece el síndrome 5P, una enfermedad rara que conlleva limitaciones en la comunicación. Desde hace más de diez años va a un colegio de educación especial. "Creo que es dónde mi hija ha logrado realizarse, tener autonomía y ser feliz", apunta Sonia Sáiz, madre de Sofía.
Sofía se comunica con sus profesores y compañeros con lenguaje de signos y pictogramas, así conocen las asignaturas que van a tener, el menú del día e incluso el estado de ánimo de cada uno de ellos.
"Somos especialistas en conducta, en autismo, en comunicación y en lenguaje", explica Lara Solís, profesora del centro Estudio 3 Afanias.
Ella podría ser una de las afectadas por el posible cierre de los centros de educación especial. El Gobierno quiere convertirlos en centros de apoyo a la inclusión.
"¿Si hay centros de alto rendimiento para gente con altas capacidades, por qué a mi hija hay que sacarla de su centro?", se pregunta la Sáiz.
La hija de Lola también va a un colegio de educación especial, pero ella es partidaria de que las personas con discapacidad sean incorporadas a un centro ordinario.
"No deja de ser un Gueto, cuando salen la gente les mira con la boca abierta", Lola del Val, madre de una alumna de la Fundación Ademo.
No obstante, asegura que la inclusión debe hacerse con todas las garantías. "Debe haber personal necesario que haga posible que los chicos con discapacidad puedan desarrollar sus discapacidades", destaca.
Dicen que lo único que quieren es sentirse, al igual que todos, parte de la sociedad.
Otro gasto más
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