Los medicamentos han convertido el sida y la infección por VIH en una enfermedad crónica. Incluso han permitido que la transmisión desaparezca: con la medicación se rebaja la cantidad del virus en sangre hasta hacerlo indetectable y, por tanto, intransmisible.
Ahora los pacientes pueden cambiar la pastilla diaria por un inyectable cada dos meses, algo que hace cuatro décadas parecía impensable.
Kike Poveda fue diagnosticado con 26 años y entonces le dieron solo seis meses de vida. "Imagínate el estigma social en el 86. Iba a una casa a tomar café y cuando me iba luego me decía un amigo mío: 'Han tirado la taza y la cucharilla'".
Porque si bien se ha avanzado en el tratamiento de la enfermedad, el estigma persiste. "Del 86 al 96 estuve esperando a morir. Y cuando salió la terapia triple tuve que empezar a vivir nuevamente", destaca.
El director de Cesida, Toni Poveda, recuerda cómo era la situación en los 80: "Veíamos a madres y padres en las puertas de los colegios diciendo que un niño con VIH no podía juntarse con sus compañeros de clase".
A través de la televisión o de revistas como Lo+Positivo, que se publicaron durante 15 años, se intentaba concienciar a la población frente al estigma y hacer una tarea divulgativa. Pero el estigma prevalece.
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"Las mujeres sufren de manera más intensa el estigma, pero los datos apuntan a que las mujeres desarrollan mayor resiliencia", defiende la directora de la Sociedad Española Interdisciplinaria del sida, María José Fuster.
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