Ana, Javier y Encarna tienen algo en común, algo que a su vez les hace diferentes de la mayoría de los veinteañeros españoles. Su 'hogar', desde niños, no fue una casa con unos padres al uso. Ellos crecieron en un centro de menores y, pese a tener que hacer frente al "estigma" de los niños tutelados y tener que resolver problemas importantes siendo pequeños, reconocen que han tenido una infancia feliz.

Los tres han vivido en uno de los centros que la ONG Aldeas Infantiles tiene en Las Palmas, Cuenca y Zaragoza y los tres consideran que su vida no habría sido la misma sin el "cariño, amor y apoyo" que sus educadores les dieron todos esos años. Ahora son independientes, trabajan, estudian y tienen claro que quieren devolver a la sociedad todo lo que han recibido de ella.

Una infancia llena de 'hermanos tutelados'

Ana Hernández asegura que es feliz. Con solo tres años llegó a la Aldea de Las Palmas. No lo hacía sola, iba con sus cuatro hermanos mayores que son "lo mejor de su vida". Para ella "lo normal" era vivir en una casa con personas que no eran su familia biológica, pero a las que quería como si lo fueran.

Sus padres visitaban a ella y a sus hermanos de forma regular, algo que no les resultó "nada traumático". "Llegamos a tener dos familias: la biológica y la de Aldeas", asegura la joven, que cuenta que se alegraba de ir a ver a sus padres, pero también de volver con sus 'hermanos' tutelados.

Su vida era "absolutamente normal": Iba al colegio público más cercano, acudía a las actividades extraescolares, participaba en los cumpleaños de sus compañeros y estos iban a los suyos en la 'aldea'. A los doce años se marchó a vivir con sus padres, bajo la supervisión de la ONG, que después la ayudó a independizarse y a continuar con sus estudios, una vez cumplida la mayoría de edad.

Estudió primero un grado superior de Comercio y Marketing y después, por vocación, se matriculó en Integración Social, lo que le permitió pasar al grado de Trabajo Social que actualmente estudia. Su "sueño" es trabajar en Aldeas Infantiles o en cualquier otra organización o institución relacionada con la infancia. "Quiero devolver a la sociedad todo que me dieron a mi", asegura Hernández.

Salir del sistema público de protección con 18 años

Javier Saiz tenía diez años cuando llegó junto a su hermano al centro de Cuenca. Allí estuvo hasta los 16, después pasó a una 'residencia de jóvenes' gestionada por la ONG. La etapa de los 16 a los 18 años fue fundamental para prepararse para la "vida adulta" y la emancipación: más independencia y autonomía, saber gestionar el dinero y los gastos, el 'papeleo'... y a convivir con personas "muy diferentes". "Cuando cumples 18, dejas de formar parte del sistema de protección y hay que estar preparado porque el cambio es muy grande. Es muy pronto. La mayoría de los jóvenes en España viven con sus padres mucho más tiempo", argumenta.

Cree que esta cambió debería de ser más gradual y darse entre los 21 y 24 años. Siempre teniendo en cuenta las circunstancias de cada persona: su nivel de madurez, la situación familiar..."Creo que con el tiempo esto se acabará consiguiendo", añade.

Él, con 18, pudo continuar en un piso con otros jóvenes, atendidos por orientadores de la ONG hasta que se fue a estudiar Derecho a Granada. "Estoy muy contento de todo lo que he conseguido", dice con orgullo este joven, que tiene claro que va a seguir luchando por el retraso de la salida del sistema público de protección.

Madurar y aprender antes que el resto

Encarna Huertas llegó a los tres años a la 'aldea' de Zaragoza con sus hermanos mayores de los que "nunca" se ha separado. "Desde el primer momento me sentí muy querida y cuidada y creo que mi vida era como la de cualquier otro niño que vivía con su familia", afirma. Después de la 'aldea' y de la residencia de jóvenes, Encarna pasó a un piso para mayores de 18 años.Cuenta que al principio tenía "muchísimo miedo" de cumplir la mayoría de edad, pero el seguimiento de los educadores de Aldeas Infantiles evitó que se le cayera "el mundo encima".

Es consciente de que, a sus 22 años, todos los problemas y preocupaciones que ha tenido que afrontar le han hecho "madurar y aprender" y que se ve "más preparada para la vida" que la mayoría de la gente de su edad. Ahora, estudia Magisterio.

Al igual que Ana y Javier, Encarna mantuvo el contacto periódico con sus padres y cree que el hecho de crecer junto a sus hermanos mayores le ha dado mucha seguridad. "Estoy feliz", concluye.