La sentencia estima parcialmente el recurso de apelación interpuesto por el condenado y rebaja la pena de 36 meses inicialmente impuesta por un delito de malos tratos habituales y otro de lesiones.
La rebaja de la condena se aplica al entender la Audiencia que se debe de tener en cuenta que el acusado sufre trastorno de naturaleza depresiva recurrente y de personalidad no específico.
La Audiencia mantiene la prohibición de aproximarse a menos de 200 metros de su mujer y su hijo y de comunicarse con ellos por cualquier medio o procedimiento durante tres años.
También priva al hombre de la patria potestad durante tres años y le condena a indemnizar a su mujer con 30.000 euros por los daños morales causados.
Se considera probado que el acusado ha estado casado con la mujer durante aproximadamente 14 años y que fruto de dicha relación tienen cinco hijos en común. Desde prácticamente el inicio del matrimonio, y sobre todo a partir del nacimiento del mayor de los hijos, el acusado comenzó a llevar a cabo sobre su mujer un sometimiento y control continuo, explica la sentencia.
También le exigía que se comportara en todos los ámbitos de su vida como él deseaba y ordenaba, a la vez que le causaba una continua presión y minusvaloración, con insultos frecuentes, casi a diario.
Tampoco le permitía mantener relaciones fuera de la comunidad religiosa a la que ambos pertenecían, en cuyas reuniones él se quejaba habitualmente de que su esposa no le atendía como debía.
Los malos tratos físicos comenzaron en dicho ámbito de menoscabo continuo de la autoestima de la perjudicada y de su propia valía, de insultos, vejaciones y amenazas, indica el fallo judicial.
El acusado solía pellizcar a su mujer alegando que, al estar unidos en matrimonio, tenía que soportarlo, lo que la afectada consideraba que así debía ser, que tenía que perdonarlo y "soportar esa Cruz" que le había correspondido.
La Audiencia señala que el día 8 de junio de 2016, durante la comida, el acusado comenzó a decirle a su mujer que dejara el coro, tras lo cual se inició una discusión en la que ella le pedía que la dejara comer tranquila.
Ante la insistencia de la discusión, el primogénito de la pareja, menor de edad, intervino pidiendo a su padre que cesara en esa actitud, lo que provocó en el condenado un enfado aún mayor. Por ello, comenzó a decirle a su hijo que no era nadie en esa casa, que el hombre de la casa era él, que no valía para nada y además era un maricón.
Al plantarle cara, golpeó a su hijo, que cayó al suelo, donde siguió golpeándole al tiempo que le decía a su mujer que todo eso era culpa suya.