La víctima de la brutal violación de Igualada no recordaba nada del momento de la agresión. Esa fue la dificultad principal con la que se toparon las agentes cuando la víctima pudo hablar por primera vez, pero no fue la única.

La reconstrucción de lo que ocurrió esa noche comenzó de inmediato: tomaron declaración a todo su entorno y de ahí partieron las tres primeras líneas de investigación.

La menor tuvo una relación consentida esa noche con un chico que conocía, estuvieron juntos poco antes de la violación pero lo descartaron rápidamente porque volvió a casa con el padre de un amigo.

También investigaron una disputa de la joven dentro de la discoteca con otro conocido que, según consta en su denuncia, le había tocado el culo. Pero también resultó ser una pista falsa para las agentes. Y por último analizaron un mensaje que le mandó una tercera persona a las 5:40 horas de la mañana. Pero tampoco tenía nada que ver.

Descartadas estas tres hipótesis, los esfuerzos de la Unidad de Delitos Sexuales se centraron en otro joven. Había Mossos trabajando por todo Igualada y uno de ellos reconoció por la calle una mochila similar a la que llevaba el agresor la noche de la violación.

Identificaron a su propietario, vieron que casualmente tenia antecedentes por una agresión sexual similar a la ocurrida esa noche y su móvil lo posicionaba en la zona. Lo siguieron de cerca durante varios días pero finalmente tampoco era él.

Siguieron trabajando y finalmente las piezas comenzaban a encajar: las agentes no tenían duda, detuvieron al monstruo de Igualada y en su casa consiguieron la prueba principal que buscaban, restos de ADN de la víctima.