En diciembre de 1914 el Endurance partió de Georgias del Sur rumbo a la Antártida. 27 hombres se han enrolado en la nave atraídos por un anuncio que alertaba del peligro: 'Se buscan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, peligro constante. No es seguro el regreso'. Shackleton, al frente de la expedición, pretendía cruzar la Antártida de un extremo a otro en lo que sería el último reto de la exploración polar.
"Fue un año especialmente frío, el mar se congeló y atrapó al barco", explica el científico y escritor Javier Cacho. Durante nueve meses, la tripulación permaneció en el Endurance, pero con la llegada de la primavera, las placas de hielo se movieron y aplastaron la nave. En ese momento, Shackleton ordenó abandonarla. "Se quedaron sobre una capa de hielo de metro y medio de mar congelado", explica Cacho.
Estuvieron seis meses durmiendo en tiendas montadas sobre el hielo y alimentándose de focas y pingüinos sin que nadie los buscara porque nadie sabe dónde estaban. Tras salvar tres botes emprendieron una travesía desesperada y llegaron a un islote deshabitado. Allí "muchos de sus hombres se hundieron moralmente, físicamente no pero moralmente sí. Decían para qué seguir luchando, llevamos un año y medio luchando, dejémonos morir", explica Cacho.
En ese momento, Shackleton eligió a sus mejores hombres y cogió un bote. Aunque parecía otro acto suicida, tras varios días y 1.500 kilómetros remando en un mar embravecido, alcanzaron Georgias del Sur, donde se encontraba una estación ballenera y, tras varios intentos fallidos, regresó para para rescatar a toda su tripulación cuatro meses más tarde. "Y lo consiguió, ninguno había muerto. Les había dado la esperanza de que el jefe regresaría a por ellos y lo había cumplido", afirma Cacho. Y es que cinco años después Shackleton regresó a Georgias del Sur, el lugar donde empezó y terminó su fabulosa hazaña. Sin embargo, nada más desembarcar, murió de un ataque al corazón, hace ahora cien años.