Es una víctima de abusos sexuales que prefiere esconder su identidad pero no su caso: apunta al padre Sielesman, sacerdote en una iglesia de Bogotá. "Si se podía, iba bajando hasta tocarnos el miembro", explica.

Lo ha buscado y ha grabado una conversación con él haciendo memoria: "Más o menos de los 8 a los 18 años pues yo recuerdo mucho padre que me tocaba, me quitaba la ropa, intimábamos".

Ante ese comentario, el padre no lo niega, es más, lo reconoce: "Yo recuerdo una, un domingo. Venía súper fundido después de tres misas. Usted se presentó con pantaloneta. Usted no se imagina el estado anímico cuando uno lleva tres misas".

Agarrándose a ese cansancio justifica el tremendo abuso: "Entramos en la habitación y no alcanzamos cinco minutos. Eso recuerdo".

La víctima puso en conocimiento de los salesianos su caso y recibió a cambio dos cheques de 14.000 euros cada uno por su silencio. Al cura ni lo tocaron y según la víctima sigue oficiando sus misas. Solo lo ven quienes lo conocen, sus feligreses, que por devoción, lo defienden: "El demonio está tan suelto".

Un escándalo en el que se cumplen dos mandamientos que parece practicar la iglesia en estos casos: el primero, no hay consecuencias. El segundo, se protege.