Rebozadas en harina y fritas hasta conseguir que crujan, las ortiguillas son las reinas en los chiringuitos y bares de Andalucía. "Tienen sabor a mar", explica una mujer.

Marisco que sabe a mar y se deshace en la boca, delicatessen también para la alta cocina, pero pescarlas tiene su aquel.

Los buzos las cogen a unos diez metros de profundidad, están ancladas a rocas y piedras. Las separan con una pala y siempre con guantes.

Sus tentáculos expulsan una sustancia que pica como hacen las ortigas de tierra.

Aunque en Andalucía las devoran, escasean las licencias para pescarlas, les llegan de Galicia y el Cantábrico, desde piscifactorías y los pescadores furtivos se hacen de oro en el mercado negro. Las venden a 12 euros el kilo cuando en la tienda cuestan 22 euros.

"El furtivo arrasa con todo, no deja nada, nuestro trabajo es llevar un tamaño legal", dice Juan José Millán, pescador de la cofradía Illa de Arousa.

En un mes, la Guardia Civil de Granada ha devuelto al mar 400 kilos conseguidos clandestinamente en Almuñécar, Granada. Los pescadores furtivos pueden ser multados con hasta 300.000 euros.