El trabajo de la Policía ha logrado que se destape el bulo en tiempo récord. El joven de Malasaña denunciaba el domingo una agresión homófoba, con todo lujo de detalles, ocho encapuchados e incluso una testigo que habría visto los hechos. Todo mentira, como finalmente confesaba en una segunda declaración este miércoles.

Desde el principio algo no encajaba a los investigadores, pero ¿cómo han conseguido que el joven se derrumbe y reconozca que la laceración fue fruto de una relación consentida?

En primer lugar ha habido un dato clave en el tiempo con el que añadir presión al joven de 20 años. Los investigadores aprovecharon la manifestación que había convocada en Sol para protestar contra los ataques homófobos. Así, advirtieron al joven sobre la importancia de sus palabras y el riesgo de que hubiera incidentes en esa convocatoria, además de reconocerle que algo no les cuadraba en su declaración y pedirle que se explicase.

Ese argumento fue el que finalmente acabó quebrando el relato del denunciante que llevaba todo el día en instalaciones de la Policía acompañado de un agente. Precisamente un agente que el comisario de Centro le adjudicó desde un principio, cuando en un primer momento vieron que algo no les cuadraba.

Este es otro de los aciertos del trabajo de investigación. La utilización de lo que se conoce como 'policía sombra' que entabla relación con el denunciante, una persona de referencia para él, que le acompañó durante todo el proceso y que finalmente es el que consigue arrancarle la verdad.

Así, el joven reconoce que ni hubo encapuchados, ni agresión, ni testigos. Algo que los agentes ya habían corroborado gracias a una primera comprobación de las cámaras de seguridad de la zona y a conversaciones con los vecinos del barrio de Malasaña.

No obstante, los investigadores abrieron una segunda vía paralela de indagación para ver el origen de las laceraciones en labios y nalgas. Unas heridas que sí eran reales y sobre las que había un parte médico. Finalmente el joven admitió que fueron consentidas y hechas en el transcurso de una relación íntima con dos personas a las que no quiso identificar y en un piso que tampoco quiso desvelar. Algo que queda para su intimidad.