A sus 92 años y con una voz susurrada, nadie diría que Anna habría planificado el asesinato, meditado durante varios días, de su propio hijo.

Se esconde dos pistolas en los bolsillos de su bata y le dispara varias veces en su habitación mientras le reprocha cómo se porta con ella y que quiera ingresarla en un centro para mayores.

La novia del hijo interviene y Anna la encañona, pierde una de las pistolas pero saca la segunda del bolsillo.

La novia consigue desarmarla y ella, vencida, se sienta en una butaca esperando a los agentes para ser detenida. En el recorrido hasta la comisaria justifica sus hechos: "Él me quitó la vida, así que yo me llevo la suya".

Ahora sentada en lo que parece una silla de ruedas escucha los cargos a los que se enfrenta: asesinato en primer grado, asalto agravado y secuestro después de que las autoridades encontraran a su hijo de 72 años muerto.