"No queremos ser un Jánovas", sentencia Miguel Solana. En Artieda huele a hierba. Ese aire que es tan puro que podría derribar a cualquier persona acostumbrada a la contaminación de la ciudad. Esa esencia es lo que Miguel, y todos los vecinos, se niegan a dejar que destruyan.

La historia de su Artieda puede sonarnos familiar porque es una historia que ya hemos contado. Un pueblo que bajo la premisa del "bien común" y un Plan Hidrológico Nacional establecido por Franco, corre el peligro de quedar sumergido bajo las aguas o, en este caso, de que su forma de vida quede ahogada. Pero hay un elemento que diferencia a Artieda de los diversos municipios situados en los valles al sur de los Pirineos. Artieda pelea. Y mucho.

Pero para comprender esta historia tenemos que remontarnos a los años 60. En 1959, se inauguró el embalse de Yesa y, con su puesta en funcionamiento, más de 2.400 hectáreas de tierras de excelente calidad quedaron ahogadas. Pueblos enteros que vivían de la agricultura se quedaron sin su sustento fundamental y el éxodo fue obligado.

"Nuestros abuelos ni se lo plantearon. Franco les ordenaba marcharse y aunque tuvieran que dejar todo su pasado atrás no había discusión posible, tenían que empezar de cero en otro lugar". Es el relato de Miguel, hoy presidente de la Asociación Río Aragón y cuya familia sufrió en sus propias carnes las consecuencias de la expropiación: "Mi abuela tenía 94 años, después de tener que irse de Tiermas, apenas vivió unos días... murió de pena".

Tiermas, Ruesta, y Escó son nombres de pueblos de los que hoy apenas quedan unas ruinas. 1.500 personas que solo tenían una alternativa: marcharse. "Significó un desastre a nivel social. Al desaparecer Tiermas que era el núcleo principal a nivel económico y social, los pueblos de alrededor nos quedamos digamos que huérfanos", nos cuentan los vecinos.

Pero, como toda herida, cicatrizó. Eso sí, como toda herida, sangra si intentamos quitar la postilla. Y eso fue lo que ocurrió hace 22 años: la sombra de que el pantano anegara su forma de vida volvió a sobrevolarles. Pero esta vez no callarían como lo hicieron en tiempos de Franco, esta vez el pueblo se levantó para intentar parar la mayor presa del Pirineo.

Ya en los años 70 surgió la idea de una nueva regulación de la cuenca del Aragón y del Irati, y tras analizar diferentes propuestas se tomó una decisión: recrecer la presa de Yesa. El plan inicial era triplicar la capacidad de la presa y aunque ese proyecto fue desestimado, diez años después se aprobó uno de características similares y que conllevaría la desaparición del núcleo urbano de Sigüés y las expropiaciones de importantes superficies de los municipios de Artieda y Mianos.

Los vecinos comenzaron su lucha, por la vía judicial pero también por la vía más social y se plantaron. Literalmente. En 2001, cuando el entonces ministro de Medio Ambiente Jaume Matas fue a poner la primera piedra que iniciaría las obras del recrecimiento, los vecinos salieron a la carretera para intentar que se les escuchara, pero a cambio solo se llevaron porrazos de parte de los antidisturbios. "En una oposición pacífica que hicimos en la carretera vinieron, nos apalearon, nos denunciaron y en juicio salimos absueltos", cuenta Miguel Palacín, juez de profesión que nos cuenta que en aquel momento, fue uno de los pocos en los que desconfió de la justicia.

En cuanto al proyecto podríamos titularlo como 'Una serie de catastróficas desdichas', porque debería haber acabado en 2017, pero en mayo se cumplirán 22 años desde el inicio de las obras y ha dado tiempo a que sucedan demasiadas cosas: incrementos de presupuesto, deslizamientos, grietas y agujeros... Vamos por partes. En cuanto al presupuesto, se ha multiplicado por cuatro; pasando de 100 a casi 500 millones de euros. Pero eso no es más que el principio, porque el embalse se encuentra en una falla y una de las laderas que sujeta la presa comenzó a deslizarse. Hay problemas en cuanto a la consolidación de la orilla izquierda, en donde aparecieron en 2004 grietas de gran tamaño y en 2006 se produjo un deslizamiento de tierras de 3,5 millones de metros cúbicos que amenazaba con caer al vaso del embalse. En 2007 se reabren grietas y agujeros y la pista que recorre la ladera izquierda se derrumba.

¿Evaluación total? Hasta cuatro veces ha tenido que ser modificado el proyecto debido a las dudas de la seguridad y también por la dificultad de estabilizar el terreno. "Nos lo reconoció un secretario de estado de aguas, el problema es que llevaban gastado mucho dinero y se ha hecho mucha obra, pero en estos tiempos sería una obra inconcebible", nos cuenta Miguel Solana.

Pero más allá de la dudosa viabilidad del proyecto del recrecimiento, los vecinos no se creen la parte de que sea el regadío lo que atrae la gente a los pueblos. "No veo la relación entre el recrecimiento y el aumento de la población en los pueblos, podéis ver el resto de pueblos que rodean a Artieda: están abandonados", nos dice Pilar, una joven de Vitoria que se acaba de mudar al pueblo y madre de la última incorporación al censo. "Lo que garantiza que los jóvenes optemos por el pueblo es la mejora de los servicios, no precisamente la incertidumbre de que un embalse pueda ahogar el trabajo de toda tu vida", zanja.

Los artiedanos y artiedanas no tienen ninguna duda: el campo es su forma de vida y ya les arrebataron parte de ella. Pero es que además ya no se "tragan" el "cuento" de que esto es a favor del bien común y favor de los pueblos.

Pero ya son cuatro generaciones las que están marcadas por una lucha que no llegan a comprender por qué sigue en pie. Por qué nadie se ha preguntado por una obra que cuadruplica su precio y pone en riesgo la vida de miles de personas. Por qué el Gobierno no ha puesto freno a un proyecto que vuelve a aparecer en los planes hidrológicos aprobados.