Humo, un prostíbulo, basura, abandono, rejas y videovigilancia es lo que vivirán los menores migrantes que lleguen al centro del cerro de La Cantueña, ubicado entre dos gigantescos polígonos al sur de Madrid, durante sus primeros meses en España.
Lugares donde la vida transcurre trabajando y la gente se marcha tras terminar su jornada. Eso en horario laboral, porque después es un lugar donde se para el tiempo, alejado de todo atisbo de civilización.
Por ejemplo, el centro de salud más cercano está a 8,1 kilómetros y el instituto más próximo, a cinco kilómetros y medio. Una realidad a la que se enfrentan los menores que ya han entrado esta semana en el centro.
Mohamed Tabit conoce bien lo que es pasar por un centro de acogida. Él llegó a España con 16 años, cruzando el mar en patera, Ahora tiene 22 y trabaja como panadero en Madrid. "Yo pasé lo mismo en Casa de Campo, estaba alejado de todo. No parece que somos animales, pero parece que somos animales. Se está repitiendo la misma historia, muy difícil que alguien se integre así", asegura.
Los expertos ponen en duda que sea fácil integrarse estando alejados de la sociedad en la que vas a vivir. "En el polígono les están privando de la libertad, no aprenden de la comunidad en la que están viviendo", apunta Rusly Cachina Esapá, técnica de Igualdad e Integradora Social en Migrantia.
Aunque es difícil y lo tienen todo en contra, Mohamed Tabit lo consiguió: "Valoro todo lo que tengo y espero que estos chavales tengan un buen futuro".
Otro gasto más
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